Desde pequeño mi hijo Ignacio fue muy ahorrativo. A partir de los cinco años inició tal buen hábito, que solo vine a cuantificar años después. Como a sus once años, me fijé que tenía una cajita de seguridad y, con curiosidad, le pregunté por lo que tenía adentro. “15,000 pesos, 150 dólares y como 50 euros, papi”, me respondió casi de forma automática, con la exactitud y frialdad de un contador público autorizado.

“¿Cómo fue?” le inquirí con sorpresa. El pre-adolescente, parsimoniosamente, me explicó que tenía muchos años guardando cada regalito o menudo que sus abuelos, tíos o su mamá o yo mismo le regalábamos. En ese momento, no puedo negarlo, crecí por lo menos dos pulgadas. “¡Qué orgullo!”, pensé a lo interno. “Mi hijo desde tan chiquito ya conoce la virtud del ahorro y la frugalidad”.

Luego de felicitarle y celebrarle su logro económico, con la misma curiosidad le pregunté: “Ignacio, ¿para qué estás ahorrando? ¿Cuál es tu meta?” Percibí, recuerdo bien, un momento de pánico en la mirada del hasta ahora risueño niño. Confundido y hasta apenado, bajó la mirada y me admitió, con la voz baja: “Yo no sé, papi.”

Ahorrar es el primer paso

Casi todos los días alguien se me acerca, para decirme: “Argentarium: Tengo tantos X miles de pesos, dime a ver, ¿qué puedo hacer con ellos?”

Aunque la gran mayoría son adultos, casi todos profesionales y con buenos niveles de ingresos, les hago la misma pregunta que le hice a Ignacio.

¿Adivinen qué? La gran mayoría me responde, en efecto, de la misma forma en que lo hizo Ignacio: “Para ponerlos a producir”, “para no gastarlos”, “para que me rindan algo” o, simplemente, “por si acaso, porque uno nunca sabe…”

Tan crucial como lo es, el buen hábito del ahorro no es suficiente. Debe ser complementado, respondiendo algunas preguntas básicas sobre las que nos toca reflexionar a todos.

¿Cuál es el propósito del ahorro? O, mejor dicho, ¿cuáles son los propósitos? ¿Serías capaz de ponerle un nombre y un apellido a cada uno de ellos?

De todas, estas son las interrogantes más importantes. A partir de ellas, tendremos que darle prioridad y un lugar a cada una de nuestras metas asociadas al ahorro o la inversión.

Si lo que se quiere, por ejemplo, es ahorrar para un “por si acaso”, entonces llámele “Clavito” o “Fondo de emergencia”. Lo relevante aquí es su liquidez. Así es que no lo invertiremos en un título a largo plazo, sino en instrumentos, de bancos o del mercado de valores, que nos aseguren disponibilidad inmediata.

El nombre del ahorro, además del horizonte de tiempo, también determinará el nivel de riesgo que podremos asumir.

Por ejemplo, si eres joven, posiblemente podrás asumir mayor riesgo si lo que procuras es crecer tus activos a largo plazo.

Dime quién eres…

¿Sabes invertir? No tiene sentido que coloques todos tus recursos en instrumentos que aún no dominas, en cuanto a los beneficios, riesgos y mecanismos de operación que conllevan.

Por eso lo importante de fortalecer nuestra educación financiera, para que podamos aprovechar las alternativas de inversión actuales y futuras.

En otras palabras: “No inviertas en lo que no entiendes”. Esto no implica que dejes tus fondos en una simple cuenta de ahorros. Más bien, que debes primero educarte y luego invertir.

Ojo: Si tienes un alto endeudamiento, sobre todo del costoso o tóxico, tu primera inversión debe ser… ¡En tu propia deuda!

Del cómo invertir

Ojalá que logres simplificar y automatizar tu proceso de inversión lo más posible.

Recuerda: “Dinero que no ves, dinero que no sientes”. De la misma forma que autorizas un débito automático para pagar cuotas de préstamos, autoriza transferencias automáticas para tu plan de ahorro programado o para tus fondos de inversión.

Citando a Clason, del “Hombre más rico de Babilonia”: Págate a ti mismo… ¡Primero!

No dejes dinero ocioso o sin oficio en tu cuenta de nómina. Si lo haces, ¿qué pasará la próxima vez que consultes tu balance en un cajero electrónico? Respóndete con sinceridad.

Finalmente, aprende. Disfruta del proceso. Claro que puedes arriesgar una parte de tus fondos, aunque siempre dentro de un límite prudente, en un negocio, una criptomoneda o un nuevo instrumento. No olvides, eso sí, “¡Guardar pan para mayo y harina para abril!”

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